sábado, 24 de abril de 2010

Para reflexionar acerca de la Abolición de la Pena de Muerte


La historia como rescate de una identidad despedazada: interpretación histórica de los sistemas punitivos de la Costa Rica del siglo XIX. (Fragmento)*

Mónica Granados Chaverri**

“…Recordemos que la historia del siglo XIX en C.R. se periodiza en tres etapas fundamentales, la fase precafetalera que va de la Independencia a 1840; la siguiente cubre las décadas del 40 al 70 donde se consolida la economía cafetalera y la última que cubre las últimas tres décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX (1930) caracterizada por la vinculación definitiva a la nueva división mundial del trabajo como productor de materias primas.
El desarrollo de los sistemas punitivos esta indiscutiblemente marcado por el proceso económico, cada etapa en la que se periodiza en términos generales la economía, entrega elementos para comprender los saltos cualitativos que va dando la sociedad costarricense en su conjunto y los sistemas punitivos en particular…
Para una sociedad como la costarricense, que presentó un sector muy débil durante la colonia y en las primeras décadas de la post-independencia; la diferenciación social que el café aceleraba a través de mecanismos económicos de suma complejidad se introduce como un elemento innovador, pues sin negar las desigualdades sociales que por cierto estuvieron presentes en la trama colonial (Gudmundson ibid. 1978), podemos afirmar que estas desigualdades nunca como ahora se manifestaron como una relación tan acentuada y cotidiana (Facio ibid. 1942. Vega 1981). La mínima extracción excedentaria de la Colonia, presente aún en los primeros años de la República (Sanper ibid.), difiere totalmente del acelerado proceso de la acumulación de excedente que conlleva el café y que obliga a una total reorganización social al interior de la cual los mecanismos de control social van a mostrar una fuerte reactivación funcional. Dado que las relaciones de sumisión que implicaba la nueva escisión social cafetalera eran un elemento que con ciertas reservas podemos calificar de novedoso, era imprescindible desarrollar en la mentalidad del “indisciplinado labriego” del siglo XIX la legitimación alrededor de un proceso social que abría una brecha ascendente entre los grandes cafetaleros y amplios sectores populares, entre los que se encontraban los pequeños y medianos propietarios también sometidos al imperio del capital (Sanper ibid) además de los sectores totalmente desarraigados de la tierra.
En términos generales las tendencias del control social parecen manifestarse básicamente en dos vertientes, una “vía suave” cuyo objetivo fundamental gira alrededor de revestir de naturalidad las nuevas relaciones sociales que surgían; esta tarea parece haber sido dejada muy especialmente a la escuela que demuestra un desarrollo vertiginoso (Gonzálezz Flores ibid. 1978) y que según ha quedado evidenciado en la reglamentación y práctica de la misma, tenía como misión esencial la enseñanza de la subordinación y el respeto por las jerarquías.
Por otra parte los sistemas punitivos compartiendo lo que fueron las “vías duras” del control social, asumen una tarea inequívocamente funcional al desarrollo cafetalero en una sociedad como la costarricense caracterizada tanto en la Colonia como en la mayor parte del siglo XIX por una crónica escasez de mano de obra (Cardoso y Perez ibid. 1983, Hall 1982).
Acicateada por el motor cafetalero, el mayor volumen de la penalidad de estos treinta años va a estar dirigido al trabajo forzado,…
Por otra parte nos interesa destacar que las condiciones particulares de Costa Rica hacen que dentro del espectro económico-social del período, destaque un elemento que aparece como clave para la comprensión de la penalidad del siglo: la crónica escasez de brazos. Este fenómeno puede explicarse a partir de variables demográficas (Thiel ibid. 1951) y económicas, las segundas referidas fundamentalmente a la presencia de la pequeña y mediana propiedad como eje rector de la producción cafetalera a lo largo del siglo.
El impacto de esta situación socio-demográfica de escasez de mano de obra es tan sobresaliente que vertebra buena parte de la interpretación que sostenemos sobre la punición decimonónica; fundamentalmente de la anterior a 1870.
Esta crónica escasez de brazos es la llave para comprender no solo la tremenda difusión de la sentencia de trabajo forzado, indiscutiblemente la más importante del siglo; sino también la escasa utilización de la pena física y muy especialmente la de muerte…
Si la pena de muerte se utilizó poco en Costa Rica, se debió sobre todo a la situación de crónica escasez de brazos, matar pobres era absolutamente disfuncional a las necesidades de la economía era mucho más sensato incorporarlos por la fuerza a la producción, que reclamaba todos los brazos posibles y que en múltiples ocasiones obligó inclusive a la búsqueda de alternativas de importación de mano de obra, a travéz del favorecimiento de la inmigración, (Hall ibid. 1982) aún la de esclavos, como ocurrió en la construcción del ferrocarril al Atlántico en las últimas décadas del siglo. Cómo podemos fundamentar la poca aplicación de la pena capital y su abolición como castigo judicial en la década de los setentas, en el “humanismo” y el “respeto por la vida” que caracterizó a los costarricenses del S.XIX, cuando los hechos históricos nos revelan, por ejemplo, que cuando se utilizaba la fuerza de trabajo femenina en las nuevas áreas de colonización selvática, la utilización judicial de las deportaciones de prostitutas enfermas llevaba a muchas a la muerte, ¿cuántos hombres hubieron de morir en la construcción de carreteras como producto de las terribles condiciones climáticas y de trabajo que obligaron inclusive a establecer un hospital para los trabajadores de las carreteras desde la década de los cuarenta?, ¿las constantes denuncias en diversos documentos sobre las escalofriantes cifras de mortalidad de presos en San Lucas revelan acaso el tal “humanismo” de los sistemas punitivos?
Para nosotros también sería una idea entusiasmante, la de poder exaltar esta vocación de respeto a la vida y a las necesidades históricamente determinadas del hombre presente en la punición costarricense del siglo XIX; el pequeño problema es que esto no es cierto, pues esta exaltación se construiría escondiendo los cadáveres de las decenas de presos muertos de fiebre en San Lucas (1874-1910), o desdibujando los cuerpos sifilíticos de las rameras que marchaban forzadas a Matina en ese entonces (1820-1840) tierra de enfermedad y muerte (Hall ibid, 1982), u olvidándonos de los alcohólicos, ladrones y peleadores todos pobres cuyas vidas fueron arrancadas en la construcción de las carreteras que transportarían el café. La de los sistemas punitivos puede ser también una historia para interpretarse desde dos perspectivas, la de los vencedores y la de los vencidos. Cuando escriben los primeros se autodenominan “paladines de la justicia y la igualdad”, los vencidos todavía no escriben su historia.”

*En: “El Sistema Penitenciario entre el Temor y la Esperanza”. México: Orlando Cárdenas editor, 1991, pp.203-237
**Criminóloga

1 comentario:

  1. • Abolición de la Pena de Muerte en Costa Rica.
    Roberto Madrigal Zamora* (compilador)
    En conmemoración del 128 aniversario de la Abolición de la Pena de Muerte en Costa Rica (mediante decreto ejecutivo VII de 26 de abril de 1882) el grupo virtual “Defensa Penal Pública” dedicó una jornada de reflexión colectiva al tema con la apertura de un foro de discusión.
    Desde el punto de vista estrictamente sociológico la impronta de la discusión fue marcada por la hipótesis de que esa abolición -al igual que la escasa aplicación que esa pena tuvo durante su vigencia- obedeció a factores socioeconómicos en un conglomerado social con escasa mano de obra para el que era más rentable desde el punto de vista de la economía de los castigos disciplinar a la mano de obra que eliminarla.
    Se reivindicó asimismo que hoy por hoy los compromisos internacionales respaldan jurídicamente la imposibilidad de restaurar tan inhumano castigo, señalándose desde una posición preocupada también por los derechos de las víctimas de delitos que la búsqueda de una protección para las mismas no tiene que pasar por la aplicación de castigos injustificados como la pena capital y que ni el más atroz de los delitos legitimaría una política fundada en la posición del ojo por ojo. En el contexto de una sociedad como la nuestra que se ha visto involucrada en una carrera de aumento de la represión como reacción frente al delito (sociedad de la cero tolerancia) la conmemoración de esta fecha fue una circunstancia propicia para recordar que la solución frente al problema de la delincuencia tiene que pasar por el abordaje de las inequidades sociales, y dar un llamado de alerta ante un eventual retroceso de nuestro sistema penal.
    Más allá de las razones de economía política o de economía de los castigos (Foucault) que se encuentran detrás de la coyuntura histórica en que se abolió la pena de muerte, los foristas coincidieron en que no puede desvirtuarse la estatura humanista que en alguna medida tenía que tener una sociedad para permitirse tomar una decisión como la comentada. Esto último sobre todo tomando en cuenta la ubicación de nuestro país en un contexto geopolítico de reiterada violencia y violaciones a los derechos humanos.
    Para finalizar quisiéramos señalar lo valioso del hecho de que desde las diferentes posiciones técnicas y formaciones académicas de los participantes en el foro, todos coincidieron en la necesidad de reivindicar tan simbólica abolición como un rasgo esencial de nuestra democracia que debemos preservar.
    *Defensor Público en Cartago, Costa Rica

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